Para la historia de la autonomia regional de Chiloé
BANDERA PIRATA EN CHILOÉ
Castro, mediados de abril de 1971. Los representantes de la Unidad Popular se activan en Chiloé para poner en práctica la nueva política, aunque sin tener muy claro lo que en las condiciones concretas del archipiélago podían significar las medidas que, probablemente, podían tener validez en Santiago y en Chile Central. En cualquier caso, estaba claro que el discurso clasista era esgrimido por los dirigentes y responsables de las instituciones presentes en la gran isla, casi todos designados desde afuera, con una radicalidad que me sorprendió cuando tuve que viajar allí encargado por el INDAP para hacer un informe sobre la marcha de la comercialización de la papa y también para efectuar un sondeo preliminar de las perspectivas existentes para la creación de pequeñas industrias locales.
Conociendo Chiloé, puesto que allí nací y no dejé de visitar la gran Isla siendo estudiante, sabia que la historia política de Chiloé en la primera mitad del siglo XX había sido de una gran intolerancia entre conservadores y radicales, pero esa confrontación, a mi juicio, era la traducción a la política de la intolerancia religiosa practicada por una Iglesia Católica insular particularmente retrógrada y conservadora. La religiosidad chilota no tenía nada que ver con las diferencias de clase y era asumida tanto por “ricos” como por pobres. Es cierto, había algunos habitantes en Castro y Ancud, y en alguna otra localidad, que podían ser considerados ricos (comerciantes, funcionarios, profesionales liberales) pero su riqueza terminaba allí, sin lograr promover un proceso de acumulación capitalista. La sociedad chilota, en términos socio-económicos, en la isla Grande como en el resto del archipiélago, no había dado nacimiento a ningún proceso modernizador importante, el rasgo dominante era la carencia de recursos y continuaban vigentes muchas estructuras y comportamientos de un régimen ligado a las antiguas formas de funcionamiento de las sociedades campesinas.
En aquellos tiempos adhería al marxismo, pero no lo había asimilado como “credo” marxista (hablo de credo para significar la simplificación y deformación del método de análisis del capitalismo y su transformación en creencia o en religión) y si bien me parecía claro que en el centro del país y en las regiones agrícolas del continente había acumulación de riqueza a partir de la cual se podía imaginar otro desarrollo e incluso echar las bases para construir el socialismo, nunca había visualizado esta misma perspectiva en Chiloé, que se me presentaba como una sociedad de gran homogeneidad social, sobreviviendo la mayor parte de los habitantes en condiciones que iban de un cierto confort a una precariedad generalizada. Pero, sobre todo, la veía como una sociedad olvidada por el centro santiaguino. La situación de precariedad más o menos generalizada explicaba a mi juicio la persistencia de fuertes expresiones de solidaridad intra y extra familiar, asi como el vigor de formas de ayuda mutua para diferentes trabajos que exigían abundante mano de obra (minga en particular).
El discurso clasista radical me parecía muy peligroso para la conservación de las tramas sociales y las variadas expresiones de la solidaridad social propias de Chiloé. Venía a encender una lucha de clases casi artificial, que tenía poco sentido en el seno de una sociedad grosso modo pobre, porque, en el fondo, como he señalado, no existían recursos para la acumulación de capital y tampoco para redistribuir. El tema de fondo era una marginalidad existencial en relación al capitalismo, al país y al mundo.
La mayor parte de los responsables institucionales venían de fuera de Chiloé, situación clásica, y no tenían interés o no se daban el tiempo para conocer el terreno y para reflexionar, mientras que los dirigentes políticos locales repetían los discursos santiaguinos, y los parlamentarios de la provincia se hacían cómplices del centralismo. Conocía algunos de los líderes en la provincia. Pasando por Castro, fui a saludar a un amigo de mi familia, Pedro Ulloa, de profesión enfermero, hombre de gran honestidad, de mucha voluntad, poco cultivado, antiguo socialista promovido al puesto de secretario del Partido en Castro. Como me conocía de antes y sabia que me interesaba en la política y que, además, estaba ocupándome de asuntos de Chiloé, enviado desde Santiago por la vicepresidencia del INDAP, encontró bueno invitarme a una reunión informal en su casa, en torno a un “curanto en olla”, me dijo. Su idea era invitar a otros miembros del Partido y a los responsables institucionales en Castro, sobre todo del sector económico.
El encuentro fue caluroso, los mariscos, el milcao y el chancho ahumado exquisitos, el vino excelente, pero la conversación en torno a la coyuntura política tuvo altibajos y terminó en una discusión casi violenta. La interrogación central que propuse abordar era saber si en Chiloé se iba a aplicar al pie de la letra el conjunto del programa económico de la UP sin previamente elaborar una estrategia de ruptura con la marginalización secular.
Los participantes fueron todos de la idea de que la situación de Chiloé iba a cambiar radicalmente con el socialismo, en algunos de los presentes esto era casi un automatismo, sería la adopción de las medidas radicales del programa lo que generaría la ruptura con el pasado. Todas estas afirmaciones eran, sin embargo, generalidades y ninguno de los participantes aludía a respuestas locales concretas.
De manera que, a la hora de hablar de la reforma agraria se encendía el entusiasmo sin tomar en cuenta que en Chiloé no había gran cosa que expropiar, puesto que no existía más de media docena de propiedades expropiables. Es cierto, en el sur de la isla, al sur de Quellón un propietario de nombre extranjero (un francés llamado Napoleón de La Taille) se había apropiado, no sé porqué medio, de más de 100 000 hectáreas, en su mayor parte cubiertas de bosque nativo. No había claridad, una vez expropiado (cosa que no fue posible por los apoyos políticos que tenía el propietario empezando por el presidente Allende), sobre cuál podría ser el destino de ese territorio más bien inhóspito. Por lo demás, sobre una parte de ese territorio tenían pretensiones fundadas algunos grupos de indígenas, que allí habitaban. En la opinión de algunos técnicos, ese territorio debía ser explotado forestalmente, sin considerar que el bosque era sobre-maduro y, por lo mismo, no merecía fuertes inversiones en maquinaria, y para otros, debía ser un espacio de conservación de la naturaleza.
De modo que allí, por ejemplo, implementar la reforma agraria según esquemas santiaguinos y la subsiguiente creación de empleos, era un rompe cabezas para cualquiera. Al lado de eso, quedaban también las extensiones boscosas de la parte central de la Cordillera de la Costa, donde casi no vivía gente. El proceso expropiatorio de la reforma agraria tendría entonces muy escasa relevancia para el desarrollo de Chiloé.
Expuse mis dudas sobre la pertinencia del conjunto del proceso expropiatorio de que se hablaba; en Chiloé casi no había industrias, las pocas eran de pequeña talla y, por lo mismo, con casi nada que expropiar... Quedaban los comerciantes, cuatro o cinco ricos en Castro y Ancud. Los reunidos quisieron escuchar mi opinión y saber si tenía otras ideas y si estaba por el socialismo. He aquí, lo que puedo reconstruir de lo que les dije:
“Si ustedes quieren insistir en agitar la lucha de clases al cotidiano y aplicar las expropiaciones paulatinas de los que, en realidad, no son más que pequeños empresarios, el panorama chilote puede devenir muy preocupante. Una vez expropiados los cuatro o cinco comerciantes ricos de cada ciudad, ¿qué va a pasar?, ¿ustedes creen que el Gobierno central, con la enorme demanda social en el centro del país y con la estructura y modo de funcionamiento altamente centralizado que tiene actualmente va a gastar grandes recursos en Chiloé por su propia voluntad y sin presión? ¿O quieren ustedes la vuelta a esa sociedad homogéneamente pobre y miserable descrita por los viajeros que en el siglo XVIII y XIX recalaron en los puertos de Chiloé? El problema de Chiloé no es tanto de socialismo o no socialismo, es de cómo vamos a poder sobrevivir y desarrollarnos siendo siempre fieles a nuestra cultura particular. Esta es una cuestión que toca a nuestra condición de archipiélago totalmente dependiente del Estado central, y tradicionalmente marginado. Si los chilotes quieren salvarse conservando, si no todo, por lo menos una parte importante de sus tradiciones tienen que hacer otra cosa, tienen que pedir un estatuto especial de autonomía al interior de la República, libertad para buscar alianzas, para hacer comercio o para solicitar ayuda en el extranjero para el desarrollo”. Puse dos ejemplos de sentido contradictorio:
“El “puerto libre” de Castro, decisión del segundo gobierno de Ibáñez, fue una decisión feliz, una política que se tradujo indudablemente y por primera vez en una dinamización de la economía chilota y en una modernización que hizo bien a mucha gente. Permitió la entrada de los primeros electro-domésticos, las máquinas herramientas hicieron su aparición, los motores y los camiones y automóviles también. Sin embargo, poco a poco el puerto libre ha dejado de ser libre por las medidas restrictivas decididas en Santiago. El centro político santiaguino ha efectuado un “tira y afloja” con este mecanismo de política, apreciado como útil por los chilotes. El ejemplo de los primeros años de funcionamiento del “puerto libre” permite entrever lo que seria posible hacer con un estatuto territorial especial para el archipiélago”.
Por el contrario, el ejemplo de lo que pasa con la comercialización de la papa, el producto más abundante en Chiloé, sirve para mostrar hasta qué punto el manejo de todos los hilos desde Santiago son perjudiciales para la economía chilota. ¿Qué pasa con el “poder comprador” de la ECA31 en relación con la papa? Y bien, llegada la época de la cosecha en Chiloé, que representa un importante tonelaje, la apertura del poder comprador se posterga y se posterga... y, de repente, cuando ya la gente no sabe qué hacer con su papa, se anuncia a última hora su apertura por un par de días. La mayor parte de los productores se quedan sin saber y sin vender. Cuando se enteran es demasiado tarde...
“Lo que dicen estos dos ejemplos contradictorios es que ustedes necesitan elucubrar una estrategia que les dé poder para tomar decisiones importantes, luchar para obtener un estatuto especial que signifique un poco de autonomía para las islas y para posibilitar la emergencia de actores locales. Esto es clave, pues el archipiélago necesita estar en contacto con el mundo y el centro político se lo impide. Ustedes tienen que imaginar una estrategia para que Santiago abandone su desinterés por el archipiélago y les diría que esta es tal vez una gran oportunidad, puesto que hay un gobierno que quiere hacer las cosas en forma diferente. Si las negociaciones no son fáciles, me atrevería a decirles que hay que ir al chantaje: decir, por ejemplo, que si no se acepta un nuevo trato para las islas entonces los chilotes izarán una bandera “pirata” en vez de la bandera chilena; o bien que los chilotes van a pedir apoyo a la Argentina para sus reivindicaciones, o, por último, que se quieren hacer súbditos de la reina de Inglaterra... Recordé que hasta los años treinta del siglo XX, una parte de la población chilote tenia más simpatía por España que por el Estado chileno.
Mis interlocutores se quedaron “de una pieza”, algunos choqueados y otros muy descontentos , considerando mis dichos casi como una provocación, o si no, como una manera de desviar la atención de lo más importante en Chile en ese momento: la construcción del socialismo. Cuando recuerdo esta perorata mía, me sorprendo yo mismo, porque en esa época las nociones corrientes del mundo de hoy como la diversidad, la identidad de los territorios y otras, no estaban en circulación, vendrán a ser con el tiempo parte del lenguaje de los especialistas y de los estudiosos, transformándose en conceptos utilizados por los políticos, veinte años más tarde y luego se banalizarán. Mi discurso autonomista de entonces, no estaba fundado en la teoría política, expresaba más bien un sentimiento tripal que venía del fondo mismo de mi propia chilotidad...”
Claro, el discurso de la lucha de clases iba a progresar, sobre todo en la isla grande y las pasiones se iban a encender a tal punto que muchos líderes e intelectuales (escritores, poetas, profesores y profesionales) fueron perseguidos por la dictadura, algunos pudieron escapar al norte del país y otros partieron al exilio ayudados por amigos de los países escandinavos y otros de la Europa del norte. En Europa crearon una Asociación Internacional de Chilotes y Amigos de Chiloé que se ocupó principalmente de denunciar la dictadura y de enviar ayuda solidaria a organizaciones de Chiloé. No desarrollaron, sin embargo, la reflexión sobre el futuro del archipiélago y se conformaron con denunciar la internalización de la economía chilena y sus efectos perversos para la población chilota.
En el último Encuentro Internacional celebrado en la localidad de Llanes, en Asturias (España), en abril de 1992, los miembros de la Asociación que no habían retornado todavía, escucharon con interés las constataciones realizadas sobre el terreno por un invitado como yo y también por un miembro de la asociación que regresaba de Chiloé. Escucharon realidades que complejizaban el análisis conocido , que ya no es como antes, que los actores locales a los cuales ayudaban habían evolucionado, y que ahora tenían no solamente que pensar en las ONG, sino también en las municipalidades y otras entidades estatales activas en apoyar iniciativas de desarrollo, hacia las cuales sus conexiones en Europa podrían ser movilizadas provechosamente. Pero como que todo esto, para ellos, llegaba demasiado tarde...
(Cholgo, abril 2000)
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31 ECA, Empresa de Comercialización de Productos Agrícolas.