MAPUCHES
« No somos chilenos somos Mapuches » [1]
11/01/2016
El cartel que encabezaba la Marcha por Matías Catrileo en el aniversario de su asesinato, publicado en emol/ 06-01-2016, no ha dejado de chocarme sin por lo mismo sorprenderme. Este slogan ampliamente fotografiado, no ha merecido la atención ni de los dirigentes políticos ni del publico en general.
Hasta ahora no tengo noticia de que alguien se haya sorprendido o inquietado por la lectura de tal slogan, no he leído ningún comentario a propósito, aun cuando a mi juicio está lleno de significados inquietantes para el futuro. Independientemente de que se trate de una manifestación tranquila, de solamente algunos centenares de participantes, me parece que debe tomarse en serio el significado simbólico y político que traduce y que seguramente da cuenta de la instalación progresiva de un imaginario indígena de ruptura con el Estado chileno. Una tal toma de posición está mostrando que se ha llegado en la Araucanía a una situación límite: nuestros conciudadanos mapuches estarían encontrando inaceptable la posibilidad de seguir asumiendo una doble identidad, la indígena y la chilena.
El silencio aludido debería ser interpretado en primer lugar como subestimación de la condición de desesperanza en que viven numerosas comunidades que no encuentran respuesta acertada a sus demandas. Topan con la negativa sistemática de parte del Estado de asumir el verdadero problema de la Araucanía, que no es otro que el tratamiento particular de la diversidad étnico/territorial de la región, de implementar una respuesta política, de estudiar las implicaciones de la demanda de autonomía territorial que plantean los mapuches y de aceptar su reconocimiento constitucional como pueblo diferente.
La subestimación del problema empieza por las élites gobernantes : ningún dirigente político ha hecho la mas mínima alusión al acontecimiento que nos ocupa, mientras que por el contrario numerosos son los senadores, diputados y dirigentes de partidos que han dedicado su tiempo a comentar el viaje reciente de la presidenta Bachelet a la Araucanía. Pero, atención ! No para comentar el programa de la visita o analizar la situación conflictiva creada en la región sino para cuestionar los aspectos formales de la visita presidencial : que no los puso al tanto, que no los invitó a participar, que viajó en secreto, que fue improvisada y que coincidió con el inicio de las vacaciones presidenciales en el lago Caburgua…En el fondo salieron en defensa de sus intereses personales y partidistas y de la complicidad con que habitualmente funcionan al interior del sistema político santiaguino, dejando completamente en el olvido el “rollo”, aparentemente inextricable creado en la Araucanía por la ausencia total de estrategia política del Estado. Hacen, por el contrario, tabla rasa de la cuestión que crea la situación de conflicto: el tema político/territorial puesto en primera línea como reivindicación del pueblo Mapuche.
No creo que sea necesario abundar sobre las raíces del conflicto, sobre ello ha corrido mucha tinta, lo que parece urgente es ensayar de entender porqué las élites son reticentes a hacerse cargo del problema, que implica necesariamente concebir para el largo plazo una entente o Pacto entre los Mapuches y el Estado. Chile es de los pocos países en el mundo que se afinca en una práctica trasnochada de la diversidad étnica y territorial, a contra corriente de los paradigmas que acompañan la globalización y de lo que practican desde hace tiempo países como el Canadá, Australia, Finlandia y otros.
La razón es sin duda cultural : de cierta manera todos los chilenos somos herederos de una cultura política fundada por una élite aristocrática orgullosa y discriminatoria que pretendía ser ella el país y que mas allá, pretendía definirse como los “ingleses de América”. En esta cultura de la soberbia, los indígenas como los pobres no representaban nada sino la barbarie y la fuerza de trabajo rústica. Ciertamente, en el siglo XIX nuevos elementos sociales acceden al poder y van a contribuir a limar los aspectos mas reaccionarios de este marco cultural político, pero da la impresión que la creación decimonónica de “los dueños de Chile” continua estando en el fondo del bagaje imaginario que impregna la cultura política de nuestros dirigentes de hoy. Es sin duda por ello que el respeto de la diversidad es ajeno a las élites chilenas: como la uniformidad es la fuente del conformismo se acomodan a ella fácilmente y asi aseguran su tranquilidad y su actividad política rutinaria. Alguien podría decir que lo que se impone es un “lavado de cerebro” para que se actualicen.
Exigir que cambien implica una larga marcha…Porque la sociedad subordinada también ha sido profundamente contaminada por tal cultura política y por ello también guarda silencio frente a la evolución dramática pero también peligrosa del conflicto Mapuche. Los chilenos debería pensar que la tranquilidad de los Mapuches y su desarrollo identitario ordenado aseguran su propia tranquilidad y futuro. Deberían preocuparse por la inexistencia de un movimiento ciudadano, como fue el despertado por los estudiantes en los años pasados, destinado a presionar a las élites gobernantes a buscar una solución de largo plazo al conflicto que tiende a expandirse y agravarse entre el Estado y los indígenas. La continuación de la violencia puede tener efectos negativos insospechados sobre la cohabitación de las dos sociedades e impactos sobre múltiples parámetros de la vida local y regional.
Recordemos que el primer gobierno de la presidenta Bachelet no tuvo estrategia y decidió ignorar las demandas mapuches en la Araucanía. Decidió ignorar el tema central que ha estado en el origen de la violencia en la región : que la expansión forestal ha sido nefasta para las comunidades limítrofes a las plantaciones, que hay tierras indígenas, que deberían ser negociadas, en manos de grandes empresas forestales y que se impone con prioridad negociaciones serias, comenzando en ciertas zonas donde la situación es mas critica. Su segundo gobierno, el actual, ha abandonado toda agenda estratégica sobre la región después que los mapuches rehusaron masivamente de participar en la Consulta sobre su proposición de crear un Ministerio de los Pueblos Indígenas y un Consejo Superior de los mismos. Cerrada esta salida institucional integradora, a su gobierno no le ha quedado otro camino que el de agenciar los sucesos que se producen día a día.
La visita de la presidenta a la Araucanía, comentada al comienzo de este texto ( con una “intensa agenda” según los medios ) va a consistir simplemente en reunirse con algunas víctimas de la violencia, inaugurar un hospital comunal en Lautaro y unas instalación de agua potable en Chonchol. Conclusión de esta agenda intensa: según el diario La Tercera, la Jefa de Estado, confirmó el compromiso de "establecer una mesa de trabajo de la región que pueda ser de amplia participación, donde puedan también desarrollar propuestas específicas más allá de lo que nosotros como Gobierno podamos llevar adelante ». Vale la pena recordar que los archivos están plenos de mesas de trabajo y tablas redondas prometidas o realizadas, por cierto siempre con “la mas amplia participación”, desde la época en que el presidente Lagos anunció un “Nuevo Trato” para los indígenas, fórmula que no fue del gusto de la presidenta Bachelet.
Un último punto. El problema mapuche viene a cuestionar la cultura política dominante y optimistamente se podría imaginar que la presidenta Bachelet en un intento “por salvar los muebles” de su gobierno en la Araucanía podría, por ejemplo, en el tiempo de los dos años que le quedan, levantar un importante programa de debates en los canales de televisión en las horas de mayor audiencia sobre la gravedad del estado de la cuestión indígena en el país. Estos programas deberían tener un formato diferente de los escasos debates políticos hoy existentes en los canales de televisión donde siempre intercambian solamente hombres políticos con los periodistas de turno. Por el contrario, se necesita reunir y escuchar mucha gente para llegar a conclusiones: dirigentes indígenas de diferente escalones, intelectuales, expertos de las ciencias sociales, representantes de asociaciones que trabajan con gente indígena y algunas autoridades y políticos que hayan demostrado interés particular por el tema. El debate debería ser permanente y no uno de vez en cuando y va a significar seguramente negociaciones con los cadenas de televisión y tal vez revisión de los compromisos asumidos a la hora de la autorización oficial para ocupar espacios. La presidenta entraría asi a mejorar su imagen ante los Mapuches y haría una contribución importante al proceso indispensable de modificación de la cultura política dominante en el país.