En Tun-Tun, en tierra de Saraguros
Para mi y para mi mujer Tun-Tun ha quedado como sinónimo de lo casi inaccesible inaccesible. Hay ciertos lugares en los altos Pirineos que permiten la comparación, lugares perdidos en la orografía y accesibles con mucha dificultad. Me acuerdo de Ayries, en la ruta al circo de Gavarnie, un lugar encumbrado, como su nombre lo indica barrido por los vientos, sobre los cerros que conducen al Vignemale. El Tun-Tun de este relato está en la provincia de Loja en Ecuador, mas precisamente en la comuna de San Lucas, habitada por indígenas saraguros, descendientes de mitimaes instalados en esa provincia por el Imperio de los Incas.
En los meses de estadía en Ecuador, entre los años 70 y 80, yo frecuenté cada vez que podía las comunidades de ese pueblo indígena instalado en la cuenca de Saraguro y también en la vertiente oriental de los Andes, descendiendo hasta la llanura amazónica. Al calor de encuestas de terreno, de conversaciones y de iniciativas para la elaboración de proyectos, habíamos anudado amistad con muchos pobladores, jóvenes y viejos, lideres locales y habitantes comunes. Con mi compañera éramos invitados a manifestaciones formales y también a fiestas de comunidades y a reuniones familiares. Si Saraguro era un mundo cerrado para la mayor parte de los visitantes no indígenas, ecuatorianos o extranjeros, mi mujer y yo éramos recibidos con muestras de amistad verdadera.
Es así como un buen día recibimos en Loja, la visita del padre de una joven de la comunidad de Lagunas para invitarnos al matrimonio de una de sus hijas, ceremonia que debería realizarse muy pronto, en cinco días mas tarde. La noticia nos sorprendió pues siendo amigos de la familia sabíamos que el acontecimiento estaba programado para muchos meses mas tarde. ¿Qué había ocurrido? Contrariamente a esos actos matrimoniales de urgencia debidas a que la novia oficial, o la simple polola, por descuido, “ha caido en cinta”, aquí se trataba de un acontecimiento exterior a los novios: una vaca de propiedad del padre del novio se había desbarrancado en un terreno accidentado de Tun-Tun y debia ser sacrificada. En una economia precaria como la que dominaba en Saraguro era muy raro sacrificar una vaquilla o un ternero para consumo domestico corriente, o para celebrar un acontecimiento familiar, y por cierto la eventualidad obligada de sacrificar un animal caía como anillo al dedo para celebrar el matrimonio por adelantado.
Habíamos ya subido una vez al llamado Tun-Tun, encumbrado en los cerros occidentales del valle que desciende de Saraguro a Loja. Del nivel de la carretera vehicular ( hoy ruta Panamericana) había que subir mas de trescientos metros por un sendero que zigzagueaba sobre una pendiente de 35 a 40 grados para llegar al sitio donde estaba la casa habitación del padre del novio, sobre una explanada no muy extensa que se prolongaba hasta el pie de otro cerro. El acceso era verdaderamente difícil y era muy frecuente que los vecinos del lugar se tomasen algunos “tragos” (bebida alcohólica salida de la caña de azúcar) a titulo de combustible o de energético para iniciar la escalada. A veces se quedaban dormidos a mitad de camino. Habíamos acompañado a la futura novia a hacerse cargo de su puesto de profesora de la escuela del lugar, ayudándola a transportar algunos de sus enseres y sobre todo para demostrarle nuestra simpatía y darle coraje para resistir las condiciones precarias y el aislamiento en que iba a instalarse. Nos dijimos con mi mujer que era una subida para no hacerla dos veces. Y sin embargo íbamos a reincidir para celebrar el matrimonio de nuestra amiga.
La invitación era para la noche, se iba a cenar y bailar. Conocedores de las costumbres locales y la insistencia con la cual se ofrecía comida y “trago” en tales circunstancias, no dejabamos de abrigar cierta preocupación de tener que pasar toda la noche en el sitio de la fiesta. Nos dijimos que esa noche iba a correr mucho “trago” y que seria bueno aprovisionarse de lo necesario para neutralizar en lo posible el grado alcohólico del “trago” disponible proponiendo la preparación de “canelazo”, bebida caliente muy apreciada de los ecuatorianos pero poco practicada entre los indígenas, por su costo relativamente elevado para sus escasas posibilidades monetarias. Para su preparación había que comprar la botella de “trago” (especie de rhum poco destilado), la “panela” ( melaza o “azúcar negra” o chancaca), algunas “naranjillas” (fruto de una planta solanácea de la vertiente oriental de los Andes ecuatorianos) y no había que olvidar las varitas de canela. Nos aprovisionamos entonces suficientemente de todos estos ingredientes en suficiente cantidad, sabiendo que el “trago” iba a estar mas que abundante.
Nos propusimos llegar a casa de los padres hacia las seis y media o siete de la tarde, cuando en las regiones ecuatoriales comienza ya a oscurecer. Nuestra amiga nos presentó al padre de su novio quien nos hizo pasar a una sala no muy vasta pero organizada en dos niveles. En el primer nivel una larga mesa para los hombres y en el segundo nivel un espacio con mesas bajas para la mujeres y en sus bordes un fogón (donde hacer fuego). Habían llegado ya la mayor parte de los convives y como previsto cada uno había llegado con su botella de “trago”. Nos hacen aproximar a la mesa de los hombres para allí instalarnos y Horror! : conté mas de veinte botellas sobre la mesa, trago que debia necesariamente consumirse por los comensales puesto que asi era el ritual. Las mujeres, por su lado, tenían también su provisión de botellas sobre pequeños mesones. Pensé que esa noche iba a tener mucho trabajo…
Efectivamente, me concerté con una mujer anciana que se ocupaba del brasero y a la cual dije de asociarse conmigo para preparar el famosos canelazo y en eso estuve con ella hasta las dos o tres de la mañana, es decir hasta que se acabaron los ingredientes no alcohólicos. De tiempo en tiempo mi compañera me había también secundado en la tarea. De tiempo en tiempo había participado del baile, ejercicio para el cual soy mas bien nulo pero ayudado por la euforia general me las arreglé con entusiasmo. Este iba a durar hasta las cuatro de la madrugada hora en que la mayor parte de la asistencia estaba chumada entregando el alma y la otra parte casi muerta de fatiga.
Había dormido menos de una hora cuando alguien vino a despertarme. Era el dueño de casa, padre del recién casado, agricultor, o mas bien dueño de un rebano vacuno en la montaña, hombre lleno de energía, de maneras rusticas pero amistoso y simpático, alguien que lo viera de lejos o que no frecuentara esos lugares diría simplemente que era un montañés semi-salvaje. Me despertaba para decirme que estaba muy agradecido por la molestia que me habia dado, que a todo el mundo le habían encantado los canelazos y que me invitaba a comer una cazuela. Fuimos a la cocina, él calentó la cazuela de vaca y volvimos a la sala con nuestros respectivos platos y un vaso de canelazo frío. Comió con avidez y una vez satisfecho, dirigiéndose hacia donde estaba el toca cassettes ¡ Ahora vamos a poner música y vamos a bailar!
Fue asi como las primeras luces del día iluminaron a penas dos danzantes mas o menos emborrachados, bailando en la semi oscuridad creada por un farol a parafina en la cima del mundo, siguiendo el ritmo de los aires andinos de los saraguros, muy emparentados con las danzas incaicas. Mi amigo fue una revelación pues a pesar de su corpulencia y su aspecto rustico bailaba no sin gracia haciendo grandes piruetas y elevándose a ratos con tal ligereza que daba la impresión de quedarse como suspendido en el aire. Esto duró como un cuarto de hora, ambos estábamos sudorosos de tanto ejercicio y yo me sentía fatigado, por suerte de repente mi amigo se detuvo en sus cabriolas y dijo: Ahora vamos a ver como se despierta el sol ! Salimos a los alrededores de la casa y nos dirigimos al borde de la estrecha meseta sobre la cual estaba construida, los primeros rallos del sol se insinuaban apenas pero prometiendo una salida espectacular del astro rey pero mi fatiga era tal que me eché por tierra, sobre la hierba, y me quedé dormido…
Me despertó de nuevo a los minutos para decirme que mire, como él, hacia el Oriente para ver el espectáculo indescriptible del sol ecuatorial naciente. La actitud de mi amigo era una mezcla de deslumbramiento y de respeto, saludaba con reverencia y admiración hacia el Oriente. Esto no era nuevo para mi, pues había en otras ocasiones observado otras expresiones de esa relación particular de los habitantes autóctonos de los Andes en relación con el astro que determina el destino de sus vidas. Para los indígenas de los Andes del Ecuador, el sol saliendo por el Oriente amazónico representa por añadidura la energía y la fuerza y de cierta manera en la creencia dominante es esta energía y fuerza la que permitió al pueblo jíbaro (Shuars) de la Amazonia resistir y finalmente expulsar a los conquistadores de la región. El Oriente, como los Shuars, son por lo mismo para los pueblos andinos objeto de admiración y de reverencia y las organizaciones modernas tienen gran respeto y le reconocen un cierto liderazgo a la Federación Shuar que aglutina a los descendientes de esos antiguos reductores de cabezas. Conversamos de todo esto con mi amigo dueño de casa tomándonos una especie de carajillo mezcla de café y de trago fuerte. Me dijo que algunas veces cuando era mas joven había pensado en irse al Oriente pero que cada vez consideró que talvez no era suficientemente fuerte para asumir tal desafío.