ALBERGUE EN GRANADA
ALBERGUE EN GRANADA
Cierto día, en Managua, yo acepté la invitación de mi colega historiador para acompañarlo a la ciudad de Granada, ciudad pequeña pero capital ganadera en el oeste del país. Su intención era entrevistar a un historiador que allí residía y que acababa de ser expulsado de la Universidad Central por ser critico de la revolución. La intención mía era la de entrevistar al día siguiente dos o tres grandes ganaderos de la región, habitando en la ciudad. Granada tenia fama por su riqueza ganadera y por lo mismo no nos interesamos por reservar alojamiento para la noche. La ciudad nos pareció muy modesta aunque de un aspecto mas bien colonial, agradable. Allí llegamos cerca de las cuatro de la tarde y nos dedicamos rápidamente a buscar el lugar de residencia del profesor de Universidad buscado por mi colega. Su casa la encontramos sin mayores dificultades.
Se trataba de un hombre de unos cuarenta años que era bastante conocido en el país por sus trabajos sobre la historia nacional, un intelectual liberal, de espíritu muy abierto pero que tuvo al principio cierta reticencia para conversar con nosotros. Nos dijo, después de un momento de explicaciones de nuestra parte, que ello se debía a que temía ser espiado por los servicios de seguridad y que por eso había tenido desconfianza de nosotros. Nos habló del ambiente difícil reinante en la Universidad, de su puesta en causa por sus posiciones personales, de su expulsión del aula universitaria, de lo que podía esperarse del liderazgo de los hermanos Ortega, de la emergencia del levantamiento armado en la Costa Atlántica…
La entrevista duró dos horas y cuando salimos a la calle eran las 6 y media de la tarde y ya empezaba a obscurecer. Como se sabe, en el trópico la noche cae casi de un golpe, en media hora mas ya iba a ser de noche y nos pusimos rápidamente en campaña para encontrar un hotel en la ciudad. Nos indicaron el único existente y hacia allá nos dirigimos. Era una casa grande, alargada a lo largo de una calle que parecía ser la principal de la ciudad y tenia una sola entrada por una puerta que se abría directamente sobre un bar –restaurante. En realidad se trataba de una vulgar cantina llena de hombres que bebían cerveza a destajo o ron de baja calidad. Muchos de ellos estaban ya borrachos y algunos muy alterados en torno a una mesa donde su jugaba al naipe. A pesar del espectáculo nada edificante y mas bien amenazador, preguntamos por el dueño o la dueña del establecimiento y alguien nos trajo a una señora que dijo ser la propietaria del bar y del hotel. Le preguntamos si tenia alojamiento para dos personas y nos dijo que si, que la sigamos por el pasillo que se abría mas allá de la sala de la borrachera. Ya habíamos reparado en la suciedad y el desorden reinante en el bar, pero nada era comparable al espectáculo de los cuartos alineados uno detrás del otro. Los dos cuartos que nos mostró estaban libres, efectivamente, pero de mirarlos costaba imaginarse que alguien pudiera dormir allí, las puertas estaban estropeadas, los vidrios de su parte superior quebrados, y las camas de una suciedad inimaginable, las sábanas blancas tenían por lo menos un mes de uso y estaban oscuras, la silla estaba quebrada…Pensé que una pesebrera era seguramente mas limpia que cualquiera de los cuartos que proponía el supuesto hotel. Me imaginé que era perfectamente posible que los cuartos iban a ser ocupados por algunos borrachos del bar cuando se sintieran incapaces de irse a sus lugares de origen o simplemente a sus casas.
Era ya casi de noche y nos dijimos que tal vez lo mejor era regresar a Managua. Preguntamos por la manera de viajar a la capital en la noche y nos dijeron que el ultimo bus había partido a las cinco de la tarde y que se debía esperar hasta el día siguiente. De los tres taxis que había en la ciudad, ninguno hacia el viaje de noche, era demasiado peligroso y expuesto. Preguntamos por algún camión y nada. Estábamos decididamente anclados en Granada y no teníamos donde dormir, era ya de noche y dije a mi colega que vayamos a visitar el cura- párroco de la ciudad, como hombre de pensamiento laico se sorprendió de esta idea y le tuve que explicar que era siempre un recurso posible para viajeros perdidos en las pequeñas localidades de Latinoamérica. El cura párroco podría buscarnos una solución. La ciudad estaba ya sumida en la oscuridad y llegamos, no sin dificultad a la casa parroquial, donde habitaba el cura. Nos abrió la puerta su ama de casa, una dama imponente por su talla y envergadura, para decirnos que el señor cura estaba viajando y que ella no podía recibir a nadie sin su autorización de su parte. Desgraciadamente no había manera de comunicarse con él. Nos sugirió de ir a ver un misionero canadiense que tenia un albergue para jóvenes y seguramente tenia espacio para nosotros. Estaba lejos de donde nos encontrábamos y había que atravesar la ciudad en dirección a una colina. Por suerte la luz eléctrica había sido dada, no había muchos postes y alumbraba apenas, pero suficiente para ver los obstáculos del camino y para reconocer los rostros. Era consecuencia del racionamiento eléctrico con el cual vivía todo el país. En el trayecto nos encontramos con un grupo que salía de una de una casa que afichaba un letrero de Secretaria Regional del FLN, nos preguntaron quienes éramos y nos presentamos, le explicamos nuestro problema diciéndoles que íbamos en busca del misionero canadiense para ver si nos daba alojamiento. La reacción del grupo fue instantánea, se creó el silencio completo y el Secretario con aire de pocos amigos nos dijo lacónicamente que podíamos seguir.
Hacia las ocho y media de la noche llegamos a la Misión que era un campus compuesto de una Iglesia, de un edificio de administración y al interior del gran patio de dos corridas paralelas de grandes edificios de madera donde se albergaban los jóvenes estudiantes. El misionero estaba ausente, había salido con estudiantes a una finca de la misión donde hacían practicas veterinarias y agrícolas, nos dijeron que lo esperáramos en la pequeña oficina de recepción y allí estuvimos hasta las 11 y media de la noche, fatigados ya de tantos andares y sobre todo con bastantes deseos de comer algo. Cuando llegó, vimos un hombre rubicundo y de gran talla, un poco sorprendido al principio, pero luego dispuesto a discutir con nosotros. De acuerdo para alojarnos, nos preguntó si habíamos comido y a nuestra respuesta negativa nos invitó a su mesa, comimos frugalmente y lo escuchamos largamente. Nos contó las dificultades cotidianas que tenia para realizar sus labores, la presión permanente a que era sometido por los sandinistas locales, as trabas para el reconocimiento de su labor educativa…A la una y media de la mañana le pidió al guardián nochero que nos llevara al cuarto en que íbamos a dormir.
Bajo la muy escasa luz existente vimos un cuarto que parecía abandonado desde hacia mucho tiempo, en el piso, al borde de uno de los muros había una montón de deshechos o restos de vestuario y se había acumulado una capa de polvo por todas partes. Los dos viejos catres de campaña existentes, que era todo el mobiliario, tenían cada uno una frazada ligera de color indefinible en total desorden. Es seguro que en otras condiciones habríamos rechazado de plano el ofrecimiento, pero no era el caso. Nos miramos con mi colega y le dijimos buenas noches y gracias al guardián, no quisimos importunar a nuestro buen misionero que estaba seguramente ya instalado para un bien ganado dormir, quedamos de pie un momento como preguntándonos qué hacer y yo tomé la decisión de lanzar lejos las frazadas, espolvorear los catres, elegir el mío y sin mas tenderme encima simplemente. Apagamos la luz pensando que con el cansancio que nos invadía íbamos a encontrar el sueño sin dificultad, pero el sueño no llegó, las que llegaron fueron la pulgas, que las sentíamos caminar sobre la piel, no eran muchas pero yo me imaginaba atacado por docenas de animalejos. Luego me puse a imaginar la próxima llegada de otras alimañas, ratones, camaleones, arañas venenosas. A todo esto empecé a sentir frío, lo que era explicable: los catres estaban instalados directamente sobre la placa de cemento y los muros eran también de construcción sólida, además el cuarto no tenia puerta. Mi compañero sentía también frío y me dijo que comenzaba a experimentar tercianas. Creo que en su caso, era una mezcla de frío y de miedo. Me levanté a sacudir las frazadas que habíamos desechado por mugrientas y con ellas nos envolvimos. Pero el sueño no llegó tampoco. Hacia las tres de la mañana, mi colega, que yo sentía darse vueltas y vueltas en su camastro, indicando que tampoco dormía, de golpe me dice que está con tercianas y que tiene frío y me pregunta si puede venir a instalarse al lado mío en mi propio camastro, para así tener un poco de calor. Yo estaba seguro que además de las tercianas estaba muerto de miedo esperando que entre cualquier alimaña por el hueco de la puerta inexistente o pase cualquier otra cosa, en cualquier momento, en un sitio tan insólito. Para él, hijo de buena familia, educado desde temprano para ser intelectual, no tenia ninguna experiencia de las que yo había ya atravesado en mi larga vida y dejando de lado toda otra consideración le dije que traiga su frazada y que se acurruque al lado mío, teniendo entonces encima dos frazadas igualmente mugrientas. El camarote era tan estrecho que no conseguimos cerrar un ojo, eran casi las cuatro de la mañana y teniendo en cuenta que en una hora mas estaría aclarando tomamos la decisión de levantarnos y salir a la calle. ¿A donde ir? Yo dije que lo mejor era ir a la plaza de la ciudad y allí nos dirigimos. En la Misión todo el mundo dormía y por suerte para nosotros el portón de entrada estaba sin candado. Henos aquí entonces a las 4 y media de la mañana en plena plaza publica caminando a lo largo de su gran perímetro para calentar nuestros músculos entumecidos.
Hacia las cinco de la mañana comenzó a aclarar y la primera alma que asomó por la plaza fue un comerciante ambulante empujando un carrito muy colorido y en forma de barco, que como todo barco que se aprecie levantaba a popa una chimenea pequeña desde la cual se escapaba el humo pero también el perfume inconfundible de los cacahuetes tostados. Fue como un milagro en pleno desamparo. Pero no solamente traía cacahuetes, sino también chocolates y galletas diversas, pero sobretodo traía café, bendito café para nuestra situación de desamparados, una gran taza de café iba a reconfortar nuestros cuerpos transidos y nuestro espiritu desmoralizado. El almirante del buquecito nos dijo que a partir de las seis de la mañana podía esperarse que pase algun camión en dirección a Managua, pero no apareció nada antes de las siete. Se trataba de un camión que conducía simpatizantes sandinistas a una manifestación programada para ese día en la capital, el chofer no hizo historia para que nosotros montáramos en el camión y he aquí entonces, nosotros dos, los estudiosos neutros venidos del extranjero, en medio de una multitud de sandinistas enarbolando banderas negro y rojo y cantando canciones revolucionarias.
Yo no dejé de experimentar sentimientos contradictorios con este encuentro, de una parte una cierta alegría interior por esta promiscuidad involuntaria que me traía recuerdos personales de otras épocas y de otras circunstancias, porque mas allá de la ideología estaban esta gentes sencillas que se olvidaban de su miseria por un momento y se ponían a soñar en otro destino…que era sobretodo de mejoramiento económico, y de otra parte, el sentimiento nacido de las experiencias personales en Nicaragua de que la revolución urgente que necesitaba el país, no era tanto de estructuras económicas e institucionales sino mas bien de orden cultural y de transformación de los hábitos populares.